Escuecen en la piel las espesas olas del océano que con su
palpito dudoso vienen y van.
Cada movimiento de la marea trae consigo un arsenal de
recuerdos que se clavan hondo en las profundidades del mar intenso, allá donde solamente las almas perdidas y meditabundas
logran adentrarse.
''Me volví loco cuando con sus manos clavó en mi espalda las
espinas de cada rosa que le sembré''.
''Por cada luna, un nuevo verso de mi interior nacía, 206
poemarios y un juramento sin fecha de caducidad le ofrecí''.
''Ahora me ahogo en estas angustiosas aguas ausentes de
calor, sigo sin recordar quién soy, a dónde voy, si moriré o lograré escapar''.
''Me encuentro condenado y atado, el peso de la consciencia
es más fuerte que cualquier canto de sirena''.
''No importa cuántas veces de dolor me retuerza, nadie podrá
devolverme el tiempo perdido, ni siquiera tenerte a mi lado de nuevo''.
Nace de la inmensidad del abismo un furor que se extiende por
toda la infinidad del océano, y aunque ya no retumba con la misma intensidad de
antes, su acometedor ajetreo torna cada imagen olvidada.
''Su recuerdo me atormenta noche a noche, si por lo menos
supiera quién eres y qué hiciste conmigo. Algo muere dentro de mi cada vez que
respiro''.
''Al fin, este será el final de mi prolongado naufragio. No existe mayor tormento para un hombre que
no recordar ni tan siquiera el rostro de aquello que lo hizo temblar de placer.
En mis manos, se hallan escritos con tinta perenne aquel nombre
y dirección que en su búsqueda un nuevo camino emprenderé:
Esta mujer se hace llamar libertad y hasta el fin del
mundo la seguiré''.
Trece de junio del diecisiete.
03:58 a.m.
Collie.