jueves, 12 de febrero de 2015

Solo sabéis distinguir la dureza de mis ojos.

A 355 días de naufragios, de temblores de pestañas, las penas volvieron a ahogarme, sangre inunda afiladas rocas de agua salada, el fondo de este océano escuece mi alma.
De mis cicatrices agrietadas crecen ráfagas de viento que se mecen como olas, olas repletas de coraje y culpa.
En la cima de la nube vuelo como una mariposa con el ala rota, dando tumbos de un lado para otro, cayendo en bellos rosales y clavando espinas por doquier en mi débil cuerpo.
Me perdí, me perdí en innumerables bosques de letras, me perdí en la oscuridad de grandes libros, me perdí y...  no me sé el camino de vuelta a casa.
El tiempo pasa y me dibuja ojeras, caen de mi pelo estrellas como copos, empezó a llover y no tengo zapatos.
Aprisionada por el propio muro que yo forjé, golpeada y abandonada en una esquina de papel, humillada, derrotada por mi propia estupidez, exhausta, fatigada de mi inutilidad,
sola,
atormentada,
me di cuenta de que...
no soy nada.

Carezco de valor alguno, carezco de habilidades predominantes, carezco de fortaleza y de físico de musa. Carezco de gracia, de risa, de belleza. Carezco de vida, carezco de atracción.

Tan solo poseo una mirada capaz de expresar hasta el mismísimo infierno, de unos ojos que, hasta el momento nadie ha podido descifrar, y que cansados ya, se apagan, se desvanecen.
Dos puntos negros que no se atreven a revelar la tristeza y el dolor que se esconden en ellos, dos puntos negros que temen, que huyen de su oquedad.

Y de un cuerpo que, cada día pesa más.




Doce de febrero del quince.
23;52.
Collie.

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